Breve historia de las transfusiones sanguíneas en cirugía (2025)

La transfusión de sangre ha sido una de las intervenciones médicas que más ha transformado el tratamiento de los pacientes en situaciones críticas, como aquellas asociadas a grandes hemorragias. Durante siglos, las transfusiones fueron intentos experimentales, con muchas consecuencias fatales, debido a la falta de conocimiento sobre las compatibilidades sanguíneas. No fue sino hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX, cuando se dieron avances significativos en la comprensión de los grupos sanguíneos humanos, que la transfusión se convirtió en una práctica más segura y, por tanto, más común en la medicina.

A finales del siglo XIX, hubo intentos aislados de transfusión de sangre. Algunos de estos procedimientos fueron realizados por médicos como William Halsted (1852-1922), un destacado cirujano estadounidense. En uno de los casos más conocidos, Halsted transfundió sangre de sus propias venas a su hermana, quien había sufrido una hemorragia posparto. Aunque este caso fue uno de los primeros en los que se realizó una transfusión con sangre humana, los resultados de estos procedimientos eran generalmente inciertos y peligrosos, ya que no se comprendía bien la compatibilidad sanguínea. Las transfusiones podían provocar reacciones inmunológicas graves, como la hemólisis, que ocurre cuando los glóbulos rojos del donante se destruyen por el sistema inmunológico del receptor, lo que podía resultar en la muerte.

El gran avance en la transfusión de sangre ocurrió en 1901, cuando el médico austríaco Karl Landsteiner (1868-1943) descubrió los principales grupos sanguíneos humanos: A, B, AB y O. Esta clasificación se basa en la presencia o ausencia de ciertos antígenos en la superficie de los glóbulos rojos, que determinan si la sangre de una persona puede ser aceptada por otra sin inducir una respuesta inmunológica adversa. Antes de este descubrimiento, no existían pautas claras sobre cómo seleccionar la sangre compatible para una transfusión. En su investigación, Landsteiner identificó que las personas con sangre del tipo A tenían anticuerpos contra el tipo B, mientras que las personas con sangre tipo B tenían anticuerpos contra el tipo A. Las personas con sangre tipo AB no producían anticuerpos contra ninguno de los dos tipos, y aquellas con sangre tipo O producían anticuerpos contra ambos tipos. Este hallazgo fue crucial, ya que proporcionó la base para realizar transfusiones de sangre de manera más segura.

Con el descubrimiento de los grupos sanguíneos, la compatibilidad sanguínea se volvió un factor determinante en las transfusiones, lo que redujo enormemente los riesgos de rechazo y reacciones adversas. El conocimiento de que la sangre de tipo O es un donante universal, mientras que la sangre AB es un receptor universal, permitió a los médicos realizar transfusiones con mayor precisión y efectividad.

En este contexto, George Crile (1864-1943), un reconocido cirujano de Cleveland, desempeñó un papel fundamental en la historia de las transfusiones de sangre. En 1905, Crile realizó la primera intervención quirúrgica en la que se utilizó una transfusión de sangre exitosa. El procedimiento tuvo lugar durante una cirugía mayor, y el paciente, que recibió la transfusión, sobrevivió y vivió durante al menos cinco años más. Este caso marcó un hito en la cirugía moderna, ya que mostró que las transfusiones de sangre podían ser no solo posibles, sino también salvavidas.

El desarrollo de métodos para prevenir la coagulación de la sangre fue un avance fundamental para hacer posible el acceso eficiente y seguro a las transfusiones sanguíneas, un proceso que, en sus primeros días, se encontraba limitado por la capacidad de conservar la sangre durante el tiempo necesario para su uso médico. Antes de este avance, la sangre no podía almacenarse de manera efectiva, lo que dificultaba su disponibilidad en situaciones de emergencia, como intervenciones quirúrgicas o durante conflictos bélicos.

En los años previos a la Primera Guerra Mundial, un paso crucial en la resolución de este problema fue dado por el médico estadounidense Richard Lewisohn, quien en 1915 demostró que el citrato de sodio, combinado con glucosa, podía evitar la coagulación de la sangre sin afectar sus propiedades esenciales para una transfusión efectiva. El citrato de sodio actúa como un agente anticoagulante al secuestrar los iones de calcio en la sangre, un componente necesario para el proceso de coagulación. La glucosa, por su parte, se añadió como un medio que proporcionaba energía a los glóbulos rojos, ayudando a mantener su viabilidad durante el proceso de almacenamiento. Además, la refrigeración de la sangre permitió que se preservara en condiciones controladas, lo que extendió su vida útil durante varios días.

Este descubrimiento fue clave para que se pudiera almacenar sangre en forma segura, abriendo la puerta a la creación de bancos de sangre, un concepto que, hasta ese momento, resultaba inviable debido a la naturaleza efímera de la sangre en condiciones normales. La posibilidad de almacenar sangre de manera eficiente también fue una condición necesaria para la realización de transfusiones en masa, que serían cruciales durante los grandes conflictos bélicos como la Primera Guerra Mundial.

El cirujano británico Geoffrey Keynes, conocido no solo por su contribución médica, sino también por ser el hermano menor del economista John Maynard Keynes, jugó un papel destacado al llevar estos avances a un contexto militar. Keynes diseñó y construyó una unidad portátil de almacenamiento en frío para sangre, permitiendo su conservación en el campo de batalla. Esta innovación fue decisiva para las transfusiones de sangre en situaciones de combate, donde la rapidez en la disponibilidad de sangre es crucial para salvar vidas.

El paso siguiente en la historia del almacenamiento de sangre fue dado en 1937 por Bernard Fantus, un médico estadounidense especializado en farmacología y terapéutica. Fantus fundó el primer banco de sangre hospitalario en Estados Unidos en el Cook County Hospital de Chicago, lo que representó un avance significativo en la profesionalización del proceso de recolección, almacenamiento y distribución de sangre para transfusiones. Fantus no solo desarrolló el concepto de banco de sangre, sino que también ayudó a establecer las bases para la organización y la gestión de los bancos de sangre a gran escala, lo que permitió su expansión y sistematización en hospitales y clínicas de todo el país.

La creación de estos bancos de sangre tuvo un impacto directo en la medicina moderna, no solo porque permitió la realización de transfusiones en condiciones de seguridad, sino porque también facilitó la investigación y el desarrollo de tratamientos basados en la sangre. En consecuencia, la evolución del almacenamiento de sangre y la transfusión sanguínea se considera uno de los logros más significativos en la historia de la medicina del siglo XX, al convertir las transfusiones en una práctica accesible y fiable, que salva miles de vidas cada año en todo el mundo.

El desarrollo de métodos para prevenir la coagulación de la sangre fue un avance fundamental para hacer posible el acceso eficiente y seguro a las transfusiones sanguíneas, un proceso que, en sus primeros días, se encontraba limitado por la capacidad de conservar la sangre durante el tiempo necesario para su uso médico. Antes de este avance, la sangre no podía almacenarse de manera efectiva, lo que dificultaba su disponibilidad en situaciones de emergencia, como intervenciones quirúrgicas o durante conflictos bélicos.

En los años previos a la Primera Guerra Mundial, un paso crucial en la resolución de este problema fue dado por el médico estadounidense Richard Lewisohn, quien en 1915 demostró que el citrato de sodio, combinado con glucosa, podía evitar la coagulación de la sangre sin afectar sus propiedades esenciales para una transfusión efectiva. El citrato de sodio actúa como un agente anticoagulante al secuestrar los iones de calcio en la sangre, un componente necesario para el proceso de coagulación. La glucosa, por su parte, se añadió como un medio que proporcionaba energía a los glóbulos rojos, ayudando a mantener su viabilidad durante el proceso de almacenamiento. Además, la refrigeración de la sangre permitió que se preservara en condiciones controladas, lo que extendió su vida útil durante varios días.

Este descubrimiento fue clave para que se pudiera almacenar sangre en forma segura, abriendo la puerta a la creación de bancos de sangre, un concepto que, hasta ese momento, resultaba inviable debido a la naturaleza efímera de la sangre en condiciones normales. La posibilidad de almacenar sangre de manera eficiente también fue una condición necesaria para la realización de transfusiones en masa, que serían cruciales durante los grandes conflictos bélicos como la Primera Guerra Mundial.

El cirujano británico Geoffrey Keynes, conocido no solo por su contribución médica, sino también por ser el hermano menor del economista John Maynard Keynes, jugó un papel destacado al llevar estos avances a un contexto militar. Keynes diseñó y construyó una unidad portátil de almacenamiento en frío para sangre, permitiendo su conservación en el campo de batalla. Esta innovación fue decisiva para las transfusiones de sangre en situaciones de combate, donde la rapidez en la disponibilidad de sangre es crucial para salvar vidas.

El paso siguiente en la historia del almacenamiento de sangre fue dado en 1937 por Bernard Fantus, un médico estadounidense especializado en farmacología y terapéutica. Fantus fundó el primer banco de sangre hospitalario en Estados Unidos en el Cook County Hospital de Chicago, lo que representó un avance significativo en la profesionalización del proceso de recolección, almacenamiento y distribución de sangre para transfusiones. Fantus no solo desarrolló el concepto de banco de sangre, sino que también ayudó a establecer las bases para la organización y la gestión de los bancos de sangre a gran escala, lo que permitió su expansión y sistematización en hospitales y clínicas de todo el país.

La creación de estos bancos de sangre tuvo un impacto directo en la medicina moderna, no solo porque permitió la realización de transfusiones en condiciones de seguridad, sino porque también facilitó la investigación y el desarrollo de tratamientos basados en la sangre. En consecuencia, la evolución del almacenamiento de sangre y la transfusión sanguínea se considera uno de los logros más significativos en la historia de la medicina del siglo XX, al convertir las transfusiones en una práctica accesible y fiable, que salva miles de vidas cada año en todo el mundo.

A pesar de los avances significativos en el almacenamiento y la compatibilización de la sangre, el proceso de transfusión no estaba exento de complicaciones inmunológicas. A lo largo de las primeras décadas del siglo XX, aunque la posibilidad de almacenar sangre por varios días y, en algunos casos, durante semanas, permitió la realización de transfusiones, las reacciones inmunitarias persistían como un desafío importante. Estas reacciones se originaban principalmente por la incompatibilidad entre los grupos sanguíneos de los donantes y los receptores, lo que resultaba en la destrucción de los glóbulos rojos transfundidos, un fenómeno conocido como hemólisis, y podía causar graves consecuencias en los pacientes.

La solución a este problema llegó en 1939, cuando el inmunólogo austriaco Karl Landsteiner, conocido por su descubrimiento de los grupos sanguíneos humanos en 1901, identificó un nuevo factor antigénico en los glóbulos rojos humanos, que más tarde se denominaría el factor Rh. Este factor se encuentra en la membrana de los eritrocitos y puede ser positivo o negativo, dependiendo de su presencia o ausencia en la superficie celular. La importancia del descubrimiento de Landsteiner radicaba en que la incompatibilidad del factor Rh entre el donante y el receptor también podía inducir reacciones inmunológicas, especialmente en situaciones donde el receptor había estado previamente expuesto al factor Rh, como en transfusiones anteriores o en el caso de mujeres embarazadas con un feto Rh positivo.

La identificación del factor Rh y su vinculación con las reacciones de rechazo en las transfusiones permitió un sistema de clasificación más preciso y completo, que no solo consideraba los grupos sanguíneos ABO, sino también la compatibilidad Rh. Esta nueva información facilitó la reducción significativa de las reacciones inmunitarias, lo que hizo que las transfusiones sanguíneas fueran más seguras y efectivas.

En paralelo a este avance inmunológico, el cirujano estadounidense Charles Drew, trabajando en la Universidad de Columbia, realizó otro descubrimiento fundamental que transformaría el campo de la transfusión sanguínea. Drew demostró que la sangre podía separarse en sus componentes principales, los eritrocitos y el plasma. Este procedimiento, conocido como fraccionamiento sanguíneo, resultó en una mejora significativa en la conservación y distribución de la sangre. Al separar los componentes, el plasma, que contiene proteínas esenciales para la coagulación, podía ser almacenado por períodos mucho más largos, especialmente si se congelaba, mientras que los glóbulos rojos podían ser conservados de manera más eficiente.

El trabajo de Drew fue crucial para la creación de bancos de sangre a gran escala, ya que permitió no solo la conservación de la sangre por más tiempo, sino también la posibilidad de distribuir sangre de manera más específica, según las necesidades de cada paciente. Además, este enfoque permitió aumentar la disponibilidad de los componentes sanguíneos, lo que resultó ser esencial durante la Segunda Guerra Mundial, donde la demanda de sangre para transfusiones en el frente de batalla era altísima. Drew también fue fundamental en el desarrollo de programas de donación de sangre organizados, lo que permitió que grandes cantidades de sangre se recolectaran y almacenaran de manera sistemática.

A medida que avanzaban estos descubrimientos, también lo hacía la tecnología de almacenamiento. En los primeros años de la transfusión sanguínea, la sangre se almacenaba en frascos de vidrio, que si bien eran útiles, presentaban el inconveniente de ser frágiles y susceptibles de romperse, lo que representaba un riesgo tanto para la sangre almacenada como para el personal médico que manejaba los frascos. A principios de la década de 1950, los frascos de vidrio fueron reemplazados por bolsas plásticas, que no solo eran más duraderas y seguras, sino que también facilitaban el manejo y transporte de la sangre, haciendo más eficiente el proceso de distribución en los hospitales y en el campo de batalla. Las bolsas plásticas también eran más flexibles, lo que permitía una mejor oxigenación de la sangre y reducía el riesgo de contaminación.

Estos avances en la identificación del factor Rh, el fraccionamiento sanguíneo, y la mejora en los métodos de almacenamiento y transporte de la sangre, marcaron un antes y un después en la historia de la medicina transfusional. Los trabajos de Landsteiner, Drew y otros científicos y médicos sentaron las bases de la medicina transfusional moderna, haciendo las transfusiones más seguras y eficientes, y, a su vez, contribuyendo de manera crucial a salvar innumerables vidas, especialmente durante situaciones de emergencia y guerra. La implementación de estos avances no solo mejoró el pronóstico de los pacientes sometidos a transfusiones, sino que también permitió el desarrollo de bancos de sangre nacionales y sistemas de donación que hoy son fundamentales para la atención médica en todo el mundo.

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Fuente y lecturas recomendadas:
  1. Townsend, C. M., Beauchamp, R. D., Evers, B. M., & Mattox, K. L. (2022). Sabiston. Tratado de cirugía. Fundamentos biológicos de la práctica quirúrgica moderna (21.ª ed.). Elsevier España.
  2. Brunicardi F, & Andersen D.K., & Billiar T.R., & Dunn D.L., & Kao L.S., & Hunter J.G., & Matthews J.B., & Pollock R.E.(2020), Schwartz. Principios de Cirugía, (11e.). McGraw-Hill Education.

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Author: Clemencia Bogisich Ret

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